martes, 5 de noviembre de 2013

Tristeza del recuerdo

Juanito, por Manuel Zambrana © 2012 
Por las esquinas vagas de los sueños,
alta la madrugada, fue conmigo
tu imagen bien amada, como un día
en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.

Agua ha pasado por el río abajo,
hojas verdes perdidas llevó el viento
desde que nuestras sombras vieron quedas
su afán borrarse con el sol traspuesto.

Hermosa era aquella llama, breve
como todo lo hermoso: luz y ocaso.
Vino la noche honda, y sus cenizas
guardaron el desvelo de los astros.

Tal jugador febril ante una carta,
un alma solitaria fue la apuesta
arriesgada y perdida en nuestro encuentro;
el cuerpo entre los hombres quedó en pena.

¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.
Mira a través de esta pared de hielo
ir esa sombra hacia la lejanía
sin el nimbo radiante del deseo.

Todo tiene su precio. Yo he pagado
el mío por aquella antigua gracia,
y así despierto; hallando tras mi sueño
un lecho solo, afuera yerta el alba.

Luis Cernuda, 1940


sábado, 2 de noviembre de 2013

Te quiero...

Turquoise hair, grunge, por Maggie B.© 2013

Te quiero, y todos los días me asomo por si llegas.
Hay una melodía en mi alma dispuesta para cuando aparezcas.
Te deseo tangible, con tu piel acariciando mi cuerpo.
Persiste la neblina en el puente esperando que lo atravieses.
No pretendo el olvido, me dejo llevar por los días.

Mari Carmen Ruiz, 2013

jueves, 6 de junio de 2013

No volveré a ser joven

Le libraire, por Adolfo Kaminsky © 1948

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
—como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma, 1968





lunes, 3 de junio de 2013

Canción del pirata

Fotografía promocional del filme El Pirata Negro, protagonizada por Douglas Fairbanks jr.
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá, a su frente, Estambul:

Navega, velero mío
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor
que no sienta
mi derecho
y dé pecho mi valor.

Que es mi barco mi tesoro [...]

A la voz de "¡barco viene!"
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro [...]

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río,
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro [...]

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro [...]

José de Espronceda, 1835

sábado, 18 de mayo de 2013

No hay amor que valga

Latin lover ,por Antonio de la Orden © 2012



No hay amor que valga si no estás cerca.
A mí ya no me vale el amor como idea,
como una forma de pensamiento
que llega a consolar.
No,
el amor como recuerdo o imagen
que apenas alcanzamos con los dedos
no consuela,
no suple,
no alimenta.
De qué sirve, pues, venerar
un sentimiento que no puede
rellenar la ausencia;
¿acaso es posible llenar con pedazos
que ni existen de ti estas formas
vacías que me atormentan?
¿Acaso dos cuerpos
se complementan en el aire,
como pájaros cuyo horizonte
nadie advierte?
No. No quiero para mí
románticos conceptos
sin sustancia,
y que viven solamente
de los resoplos de la resignación.
Que se conformen otros,
que amen otros ese amor carente
de amor verdadero,
que abracen otros ese amor carente
de abrazos,
o que mueran otros por una muerte tan muerta.
Ya quedo yo, para morir de una muerte tan viva.

Adalid Nievas

martes, 14 de mayo de 2013

Ya nada ahora

Amor más allá de la muerte, por Jnj © 2009


Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora

—ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa—

podrá evitarlo:
                              exento, libre,

como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,

creciente en un espacio sin fronteras,

este amor ya sin mí te amará siempre.


Ángel González, 1992


jueves, 25 de abril de 2013

El lugar del crimen

Las mujeres con sus pistolas: el equipo campeón del club de tiro de la Universidad de Missouri, obra anónima © 1934 




Más allá de la sombra
te delatan tus ojos,
y te admiro tersa,
como un mapa extendido
de asombro y de deseo.
Date por muerta,
amor,
es un atraco.
Tus labios o la vida.



Luis García Montero, 1987

Poema IV del Libro I

Fotografía de Robert Doisneau ©


Si yo te comentase que la vida es mentira,
háblame del amor o de tu cuerpo,
de la noche contigo.

Y recuérdame luego
los días que son días porque alguien me ama
o acaso
porque tú me prefieres.


Luis García Montero, 1987

martes, 16 de abril de 2013

Diario de Adán y Eva (fragmentos)

Caricias, por Gonzalo Villar © 2012

Lunes.- Esta criatura nueva de pelo largo es bastante entrometida. Siempre está dando vueltas a mi alrededor, siguiéndome a todas partes. No me gusta esto; no estoy acostumbrado a la compañía. Ojalá se quedase con los demás animales... Está nublado hoy, hay viento del este; creo nos tocará lluvia... ¿Nos? ¿De dónde he sacado esa palabra? Ahora me acuerdo: la criatura nueva la usa.

Martes.- Estuve investigando la gran caída de agua. Es lo más lindo del lugar, creo. La nueva criatura la llama Cataratas del Niágara: el porqué no estoy seguro de saberlo. Dice que parecen la Cataratas del Niágara. Esa no es una razón, es mero capricho e imbecilidad. No tengo manera de ponerle yo el nombre a nada. La nueva criatura le pone nombre a todo lo que ese le aparece, antes de darme tiempo siquiera a protestar. Y siempre con el mismo pretexto: parece tal cosa. Por ejemplo, el dodo. Dice que no bien uno lo mira, se da cuenta de inmediato de que “parece un dodo”. No hay dudar de que tendrá que quedarse con ese nombre. Me fastidia tener que enojarme protestas cosas y, de todos modos, no tiene sentido. ¡Dodo! Se parece a un dodo tanto como yo.

Miércoles.- Me construí un refugio para la lluvia, pero no pude disfrutarlo en paz. La nueva criatura se entrometió. Cuando intenté echarla, dejó caer agua por los agujeros con los que mira, y se los limpió frotándose con el dorso de sus garras, y produjo un ruido como el que hacen algunos de los demás animales cuando están lastimados. Ojalá no hablase; está siempre hablando. Esto suena como una burla fácil a la pobre criatura, una difamación; pero no es esa mi intención. Nunca he escuchado antes la voz humana, y cualquier sonido nuevo y extraño que moleste la quietud grave de estas soledades de ensueño ofende mi oído y suena como una nota falsa. Y este sonido nuevo está tan cerca de mí: encima de mi hombro, justo en mi oreja, primero de un lado y después del otro, y yo estoy acostumbrado a sonidos más o menos lejanos.

Viernes.- La actividad de poner nombres a todas las cosas avanza de manera temeraria, a pesar de lo que yo haga. Tenía un nombre muy bueno para el lugar, era musical y elegante: JARDÍN DEL EDÉN. En privado sigo llamándolo así, pero no más en público. La nueva criatura dice que es todo bosques y rocas y paisajes, y que por lo tanto no se parece en nada a un jardín. Dice que parece un parque, y no se parece en nada sino a un parque. En consecuencia, sin consultarme, le ha puesto un nuevo nombre: PARQUE DE LAS CATARATAS DEL NIÁGARA. Esto es el colmo de la arbitrariedad, creo yo. Y ya hay un letrero:
NO PISAR EL CÉSPED
Mi vida ya no es tan grata como solía ser.

Sábado.- La nueva criatura come demasiada fruta. Lo más probable es que se nos acabe. “Nos” otra vez: esa es la palabra que eso suele usar; también yo, ahora, al escucharla tanto. Mucha niebla esta mañana. Nunca salgo cuando hay niebla. La nueva criatura sí lo hace. Sale bajo cualquier clima, y entra chapoteando con los pies embarrados. Y habla. Este solía ser un lugar tan agradable y tan calmo...

Domingo.- Pasable. Este día va a ser cada vez más y más difícil. Fue seleccionado y puesto aparte en noviembre pasado como día de descanso. Antes tenía seis por semana. Esta mañana encontré la nueva criatura tratando de arrancar manzanas del árbol prohibido.

viernes, 5 de abril de 2013

Selección de microrrelatos

Dibujo del propio Augusto Monterroso para ilustrar su microrrelato © 1959

El dinosaurio, de Augusto Monterroso.
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
El emigrante, de Luis Felipe Lomelí.
— ¿Olvida usted algo?
— Ojalá.
Calidad y cantidad, de Alejandro Jodorowsky.
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.
(Sin título), de Gabriel Jiménez Emán.
Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.
La oveja negra, de Augusto Monterroso.
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
 Hablaba y hablaba, de Max Aub.
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
Carta del enamorado, de Juan José Millás.
Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.
El emperador de China, de Marco Denevi.
Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador. ¿Veis? —dijo— Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Este tipo es una mina, de Luisa Valenzuela.
No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.
El gesto de la muerte (adaptación a cargo de J. L. Borges, S. Ocampo y A. Bioy Casares de un famoso apólogo).
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
—No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
La manzana, de Ana María Shua.
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.